lunes, 22 de octubre de 2012

El cáncer de seno

Por Víctor Orozco

La naturaleza al parecer ha establecido sufrimientos específicos para hombres y mujeres. La mayoría de los primeros poco pueden hacer para librarse del cáncer de próstata, aunque pocos también mueren al final por esta afección. Las mujeres, en número creciente padecen por el cáncer de mama, que arrebata la vida a cientos de miles de ellas cada año. (en México nueve de cada cien mil, cuando antes de la entrada de este siglo la tasa era de 6). En todos los países, este mes de octubre se ha destinado al combate y a la prevención de este atroz calvario. Mujeres muy queridas y cercanas lo han sufrido o lo sufren. Dos de ellas, una sobrina y una amiga desde mis tiempos juveniles fallecieron por su causa. Soy por ello especialmente sensible a los estragos de la enfermedad y por tanto secundante convencido de esta campaña mundial.


En el pasado ya remoto, como sucedía con todas las aflicciones físicas, los remedios aplicados para aliviar a las dolientes, resultaban a veces peores que el mal, aparte de los tormentos que debían soportar, horripilantes entonces e insólitos para las mentalidades de hoy. Destacan entre estas operaciones médicas del pretérito las amputaciones de seno, practicadas sin anestesia. Hay una muy conocida, realizada el de 30 de septiembre de 1811. Le debemos a la fina pluma de la escritora inglesa Fanny Barney su descripción minuciosa, paso a paso, desde los aterradores preparativos, el dolor provocado por el cuchillo del médico que cortaba músculos y nervios, hasta el cercenamiento completo del órgano femenino y el raspado del esternón. Pudo hacerlo porque fue ella quien la sufrió.

Desde luego, nunca sabremos si los dolores sentidos por la esposa del general francés con quien había casado la novelista británica, eran originados por un cáncer del seno, pero esa fue la opinión del equipo de expertos cirujanos que la atendió. Estaba dirigido por el médico Dominique-Jean Larrey (1766-1842), quien se desempeñaba como primer cirujano de la guardia imperial de Napoleón I. Habituado a cortar brazos y piernas en improvisados hospitales de campaña, de seguro le pareció corriente esta intervención. No lo fue, porque es la primera mastectomía de la que se guarda registro y porque su memoria no se conserva en un frío informe puesto en una bitácora médica sino en un vívido relato en el cual se comprende el dramático complejo de sensaciones y angustias previas, la escalada del dolor, -apenas disfrazado por los tragos de vino suministrados a la paciente-, las reacciones y miedos cervales posteriores.

Tomo del libro Eyewitness to History, editado por John Carey, algunos párrafos de la dramática narración:

"Cuando el acero terrible se hundió en el pecho y comenzó a cortar venas, arterias, carne, nervios, ya no necesitaba reprimir mi llanto y comencé a gritar durante todo el tiempo que duró la incisión y me maravillo que estos alaridos no suenen en mis oídos todavía...cuando concluye la herida y es retirado el instrumento parece disminuir el dolor, pero el aire que de repente penetra en estas delicadas partes, me hace sentir como una masa de puñales diminutos que desgarran los bordes de la herida...y cuando siento otra vez el cuchillo describiendo una curva cortando contra la vena del músculo, el cual se resiste de tal manera a la mano del operador que éste se ve forzado a cambiar el corte de derecha a izquierda...pensé entonces que ciertamente yo debería estar muerta...intenté no abrir mas los ojos y los cerré tan herméticamente que los párpados parecieron soldarse con las mejillas. El instrumento se retiró por segunda vez y concluí que la operación había terminado, pero no, otra vez se reanudó el horrible corte, peor que nunca, ahora para separar la base de la glándula... cualquier descripción se quedaría corta...el doctor descansó sobre su propia mano y ¡Oh Dios! sentí el cuchillo raspar contra el hueso del pecho...todo esto sucedía mientras yo sufría la interminable tortura...escuché entonces la voz del doctor Larry, quien preguntaba si había algo más que hacer...sentí el dedo del doctor Dubbois a lo largo de la herida, aunque él no tocó nada, así de sensible estaba ...y luego comenzó de nuevo el raspado..."

Fanny Barner dice que duró varios meses para terminar su narración y que no podía volver sobre su lectura porque se le venía en mente la intensidad del dolor. También el temblor que la acometió en su cama cuando observó los preparativos, las montañas de gasas y esponjas, la irrupción intempestiva de los "siete hombres de negro" -casi como un comando militar-, uno de los cuales lo colocó un velo transparente sobre el rostro y luego la sensación del dedo trazando el círculo donde se debería cortar. Sobrevivió a todo, casi milagrosamente a la purulencia, pues después de los cincuenta y nueve años, edad a la que pasó por el trance, completó otros veintinueve.

Otro caso histórico, acontecido en Edimburgo, es el de Allie Noble quien en 1830 subió a la mesa de las operaciones en un salón lleno de estudiantes de medicina. El médico James Syme consideró que el duro tumor mostrado bajo el seno, era signo inequívoco de cáncer, por lo tanto decidió amputar. Explica el observador, que la paciente aguantó la ablación sin proferir un sollozo y que al final bajó de la tabla por su propio pié. Menos afortunada que Barney, apenas sobrevivió cuatro días a la infección de la pavorosa herida.

Ciertamente, escaso de lo narrado por Barney en la cirugía persiste hoy en día, pero en una gran escala no ha podido evitarse el dolor físico derivado del cáncer del seno, con su variedad interminable de efectos en el organismo. Ninguna mujer escribirá otra carta como la de Fanny, pero miles pueden plasmar sensaciones casi tan terribles como las experimentadas por aquella.

Entre las distintas esperanzas despertada por la medicina actual, se informa que médicos cubanos después de años de uso y experimentación, presentaron el ya famoso veneno del escorpión azul como un remedio efectivo. Hace dos de años, traje conmigo un par de pequeños frascos proporcionados gratuitamente por el gobierno cubano, a quien solicitara la sustancia. Quizá hoy, suministrada sistemáticamente y bajo nuevos protocolos, contribuya a salvar vidas o al menos aminorar los males acarreados por esta enfermedad, de los cuales no es el menor la orfandad en que quedan hijos menores, pues las víctimas preferidas son jóvenes madres en la flor de la vida.

Antes que las curas, sin embargo está la prevención, pues detectado en tiempo, puede frenarse el cáncer y erradicarse. En Estados Unidos ello sucede en un cuarenta y cinco por ciento de los casos, mientras que en México apenas entre cinco y diez mujeres de cada cien se percatan del tumor cuando todavía es combatible. Es imperativo para la salud pública incrementar sustancialmente esta porción de aquellas que libran con éxito el tratamiento, logro que pasa por la toma de conciencia sobre la necesidad del cuidado preventivo. Escribo estas letras como una contribución a que ello ocurra.

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