domingo, 13 de mayo de 2012

La búsqueda de un estadista

Autor: Víctor Orozco
Enviado por: Víctor Orozco

Según el tamaño de los problemas que enfrenta una nación, es la estatura moral e intelectual exigida a sus dirigentes políticos. Siempre es preferible el gobierno de un poseedor de altas virtudes, pero cuando la sociedad soporta una crisis que afecta nervios centrales de su estructura, se hace imprescindible la conducción de uno de ellos, es decir, de un estadista. ¿Cómo es que la historia reserva este sitial a unos gobernantes y a otros no?. En Estados Unidos, ¿Por qué Abraham Lincoln o Franklin D Roosvelt son tenidos por tales y no Eisenhower o Kennedy?. ¿Por qué lo es Charles De Gaulle para los franceses?. Hasta Benito Juárez, México no tuvo en el palacio nacional a ningún estadista y después, Lázaro Cárdenas es uno a quien puede ubicarse en el concepto. Rasgos los hay en Valentín Gómez Farías, Porfirio Díaz, Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles. Una respuesta (siempre aproximada) a la primera cuestión, es que el gobernante pasa a ser considerado como estadista cuando es alguien capaz de leer y entender el sentido de los procesos históricos, así como las aspiraciones más profundas de los ciudadanos. Ello lo habilita para encabezar las transformaciones de mayor profundidad y trascendencia. Sólo estos gigantes de la política han podido concentrar y encauzar las fuerzas vitales de una nación, ya para salvar su existencia como entidad soberana, ya para superar su crisis.


Los mexicanos que votaremos el próximo primero de julio, de acuerdo con la ley, elegiremos presidente de la República. A la luz de la tragedia social que estamos viviendo, necesitamos un estadista. Uno que carezca de los arrestos, el carácter y los recursos intelectuales propios de éste, ¿Puede derrotar a la delincuencia y al crimen con un gobierno sectario, empeñado en salvar o favorecer a un partido, a unos grupos de privilegiados, a los enquistados en un aparato burocrático viciado?. ¿Puede alistar todos los recursos del Estado para combatir a la desigualdad y a la pobreza?. ¿Puede superar la dependencia de clérigos, banqueros, dueños de los monopolios televisivos y obligarlos a respetar la ley?. ¿Puede defender los recursos naturales y poner un alto a su vertiginosa devastación? ¿Puede comprometerse con el mundo del trabajo, garantizando el goce de los derechos sociales a las clases productoras? ¿Puede limpiar el gobierno y acabar con la corrupción?. ¿Puede hacer de la voz de México en el mundo, una voz respetada por su dignidad y congruencia?. El cumplimiento de estas tareas implícitas en las preguntas es impostergable y su ejecución está fuera del alcance para cualquiera que haya sido seleccionado en las cúpulas de oligarcas, por definición, enemigos del cambio.

El Estado mexicano vive una creciente degradación y en esta caída arrastra a toda la sociedad. No cumple siquiera con deberes elementales como el de garantizar la paz y la seguridad públicas y con ello siembra el recelo, la desconfianza en las entidades públicas, el temor a las policías, actitudes que se extienden como un cáncer al conjunto de la población. Los actos de violencia inaudita e incontrolada, se reproducen un día sí y otro también en casi toda la geografía nacional. Si en los primeros años del actual sexenio, el presidente y sus apoyadores, podían argumentar que el mal se reducía a unas cuantas plazas o regiones aisladas, sostenerlo ahora, no sería un error, sino una desvergüenza. La nación requiere un cambio. Y éste exige poner a la cabeza de las instituciones a un personaje de Estado, a un funcionario público honrado, respetuoso de la ley, con grandeza de miras. Así mismo, con la calidad moral y política necesaria para convocar a los mejores a dirigir el gobierno, pero sobre todo, para poner a la nación entera de pié, segura de sí misma.

Estos trazos, podrían suponer el dibujo de un caudillo o un dictador. Nada más lejos. Son los de un funcionario a la manera de Benito Juárez, de Abraham Lincoln: firmes en la adversidad, identificados con su patria, sumadores de apoyos a la causa nacional, políticos diestros, maestros en el aprovechamiento de todas las circunstancias de su entorno, nacional e internacional, aferrados a la ley, como escudo y como instrumento de primer orden para hacer política. En México han pasado ya los tiempos de los autócratas y esperemos que nunca regresen.

Para nuestra desgracia, su lugar ha sido ocupado por estos gerentes-tecnócratas, arrogantes, bien cebados con los altos sueldos y autocomplacientes, quienes viven a cien años luz de la realidad cotidiana impuesta a decenas de millones de trabajadores. Una anécdota escuchada a un abogado laboral hace años, cuando se formó el Frente Nacional de Abogados Democráticos, me ilustró bien sobre este divorcio. Al final de una larga negociación de un contrato colectivo, el joven funcionario de la secretaría del Trabajo, elegante, graduado en una selecta universidad extranjera, le dice persuasivo al dirigente sindical: "Ya firme hombre, ¿Que son dos pesos?. El viejo líder, fogueado, pide esperar y llama a un compañero: "Tráete dos pesos de tortillas". Cuando reanudan la junta, pone los dos kilos sobre la mesa y espeta: "Mira, pendejo, esto son dos pesos".

¿Cómo ha sido posible la elevación de estos gobiernos que conciben a las naciones como si fueran sociedades mercantiles?. La respuesta se encuentra en la influencia de los vendedores de mercancías-imágenes, porque saturando de mensajes los distintos canales de comunicación, pueden llevar al cargo a cualquier personaje, ignorante y hasta zafio. Nunca como en éstas épocas se ha confundido el arte de gobernar con la aptitud para ser ejecutivo de una sociedad anónima. Quienes mandan en los altos círculos de la llamada globalización, han estandarizado proyectos, programas de gobierno y aún el tipo de funcionarios públicos. Bajo el anzuelo de la eficacia, los poderes fácticos, superpuestos a los estados, han colocado bajo sus órdenes a los órganos oficiales, han hecho que se expidan leyes a su medida y convertido en palafreneros a los ocupantes de palacios y residencias oficiales.

En toda elección siempre existe un rango de incertidumbre sobre el comportamiento futuro de los electos. La sabiduría popular lo ha consignado: conocemos al candidato, no al funcionario. Sin embargo, antecedentes, carácter, relaciones, amigos, propuestas, actitudes, algo o mucho nos dicen para orientar el voto. Y las opciones viables son siempre reducidas a dos o a lo mucho a tres. Descartando al testaferro de Elba Esther Gordillo, (aliada ora del PRI, ora del PAN) quedan, López Obrador, Peña Nieto y Vázquez Mota. ¿De quién de ellos podemos esperar se acerque a la figura del estadista que los mexicanos necesitamos?. Recorro su historia personal, su formación, su desempeño público y quien da la medida, es el primero. Usted amable lector, haga sus cuentas y decida. Y no olvide que en la apuesta va la suerte de la nación.

APOSTILLA: Veo y escucho (como cientos de miles) a la muchedumbre de jóvenes estudiantes repudiando a Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. Este es el hecho, ésta es la noticia. ¿Y qué nos ofrece sobre el punto el informador Joaquín López Dóriga en su privilegiado noticiero: ¡Una entrevista al coordinador de campaña del candidato priísta!. ¿Y cómo cabecearon los diarios propiedad de Vázquez Raña?: "Éxito de Peña Nieto en la Ibero, pese a intento orquestado de boicot" ¡Ésta es la prensa que nos espera si triunfa EPN!

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