Por Víctor Orozco
¿Qué fuerza mueve a los individuos para consumar acciones que exigen arrestos, trabajos y sudores sin fin?. ¿Que hace a una persona llevar una empresa hasta el límite de sus capacidades, a veces más allá de su propia vida?. Hay el afán de trascendencia, probablemente la más común de las motivaciones, pero también están la codicia, el odio, el fanatismo, (el religioso y el político los de mayor frecuencia), entre las malas razones. De las buenas, existen el altruismo, la compasión, la solidaridad, la camaradería, el amor. Se me presentan estas reflexiones cuando advierto el inaudito brío mostrado por los competidores en los juegos olímpicos. Y esto que los cientos de millones de espectadores vemos tan sólo el momento último, la culminación de su entrega, pero quedan fuera de nuestros ojos los años de entrenamiento, de sacrificios intensos, a los cuales fueron arrastrados a veces de manera dramática sus propios allegados. ¿Es la conquista de la riqueza material que casi siempre acompaña a los triunfadores?. ¿De la gloria?. ¿Para quién? ¿Para su persona, para su patria, para su clase?. ¿Es la pasión por la competencia? ¿O por el deporte mismo?. ¿El cumplimiento de órdenes o deberes?. Es evidente, por otra parte, que ninguno de los probables acicates caminan solos, siempre concurren combinados. Y además, cada contendiente acude a la cita con todo el bagaje de sus circunstancias, de sus condicionamientos externos. En aquellos países donde las actividades deportivas son estimuladas y organizadas por sistema desde la infancia, sus atletas entran a la liza con un posicionamiento de ventaja. Pasaron por excelentes escuelas, recibieron entrenamiento de los mejores profesionales, acudieron a cientos de competencias previas, se sometieron a regímenes alimenticios adecuados, fueron seleccionados entre millares o cientos de millares.
Todo esto cuenta y mucho. Sin embargo, queda todavía por explicar esta potencia viva, capaz de mover montañas y superar barreras físicas, culturales, políticas, familiares. La tienen unos cuantos privilegiados. Se llama voluntad, entereza, espíritu, temple, compartida en diferentes dosis por todos estos jóvenes. Hay algunos, quienes para triunfar deben poseerla en cantidades industriales. Encuentro un ejemplo en Erick Bernabé Barrondo, este joven maratonista guatemalteco quien subió al podio para recibir la medalla de plata en la marcha de los veinte kilómetros. Llegó a la meta apenas once segundos después del primer lugar, el chino Ding Chen. El año pasado había ganado el oro en los juegos panamericanos celebrados en Guadalajara. Fue el primero de su nacionalidad en obtener una medalla, durante los sesenta años en que deportistas de su país han participado en las olimpiadas. Apenas dos meses atrás, les había comprado a sus padres una pantalla de TV para que pudieran verlo competir. Allí, en la sala de la minúscula casa ubicada en San Cristóbal, Alta Verapaz, se reunieron sus parientes, su novia, amigos y vecinos para mirarlo entrar entre los primeros frente al palacio de Buckingham. Su padre, había pedido permiso para salir de su trabajo en una construcción. Es albañil y labrador. La madre es cocinera. El hijo nació hace veintiún años en aldea de Chicuy, al igual que sus otros cuatro hermanos. Pertenece a los de más abajo y es una especie de garbanzo de libra, en una colectividad como tantas de Latinoamérica castigadas por la pobreza, la violencia, la corrupción oficial. Las primeras incursiones en este deporte, no podrían ser peores. Su entrenador cubano Lino Medina Martín, quien ha dejado un estela de triunfos en Centroamérica y Colombia, le vio la madera de inmediato, pero había mucho por hacer con casi nada: "Cuando llegué a Guatemala, viví momentos muy duros. No tenía contrato firmado. No recibí paga durante tres meses. Y Erick no tenía lugar donde entrenar. Dormía en el piso de mi casa y comíamos lo que teníamos", narra y se prepara para la competencia de los cincuenta kilómetros el próximo sábado.
Aún allí, donde casi no existe el cultivo, floreció esta insólita planta. Retratado frente a la choza de sus padres, con la medalla de los panamericanos en el pecho, este joven latinoamericano parece un símbolo de la victoria personal sobre la adversidad. Concuerdo con el pensamiento que la imagen inspiró a Esther Orozco: "Me estremece ver a chavos como Erick Bernabé Barrondo, primero en ganar una medalla olímpica para Guatemala después de 60 años de participación. Romper el círculo maldito de la pobreza y la ignorancia con esfuerzo y pasión es reivindicar a la humanidad". Pues sí, es reivindicar a la humanidad, significa alzar la bandera de la no capitulación, mantener encendida la llama de la resistencia, pese los panoramas negros y a las descorazonadoras premisas.
Sin embargo, el tema, además de individual es de la sociedad y del Estado. Los jóvenes inventores, los creadores en todos los ámbitos del conocimiento, los deportistas, han de poner la enjundia y el coraje. Pero, sin políticas públicas adecuadas, sin un ambiente social propicio, las causas o motivaciones de mayor excelsitud implantadas en la mente y en el corazón de un individuo, acaban por sucumbir. Esto es lo que hace distintas a Cuba y a Guatemala por ejemplo. Dos países ubicados en la misma región geográfica, con poblaciones y territorio similares, con historia parecida. La primera es la única nación latinoamericana que pelea en las grandes ligas del medallero olímpico. La segunda tiene ahora su primer presea. A ojos vistas, los niños y adolescentes cubanos se encuentran entre los más sanos del continente, los de las comunidades guatemaltecas de donde viene Erick, entre las que más sufren el agobio de las enfermedades.
Me quedo con un reflexión última: el denuedo para superar el siguiente obstáculo, la tenacidad para marchar, el espíritu de lucha, el arrojo íntimo, son insustituibles e imprescindibles. Sin estas virtudes no son explicables las grandes figuras en cualquiera de los ámbitos del quehacer humano: la ciencia, la política, el arte, el deporte, la maternidad, la paternidad. Sin embargo, casi siempre se quedan en potencia, en la imposibilidad de desplegarse, sofocados por las tantas condiciones hostiles impuestas por el entorno social. Apenas unos cuantos en estas sociedades invadidas por la miseria, son capaces de saltar por encima de las murallas. Revolucionar este contexto, cuando su opresión es intolerable, cuando los Estados se han envilecido, es la única manera de abrir paso a las diferentes posibilidades de realización humana.
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