sábado, 11 de febrero de 2012

Baltasar, la justicia y nosotros

Autor: Darío Botero Pérez
Enviado por: Darío Botero Pérez

Entre las convenciones sociales, la más civilizada es la que pretende ejercer justicia imparcial. Pero la prevaricación o el prevaricato (o sea, la parcialidad y/o la venalidad de los jueces) suele distorsionar ese objetivo en defensa de privilegios que ya no soportamos.

Tal es el caso, en España, con los jueces prevaricadores que han condenado a Baltasar Garzón por cargos triviales, de trámite, convencionales, traídos de los cabellos, endebles, perversos y oportunistas, pero cuya gravedad se quiere magnificar para ocultar la de los delitos verdaderos y abominables que investigaba el súper juez. Prefieren privilegiar las formas a los hechos, para garantizar la impunidad de los desalmados protagonistas de éstos.

El propósito es impedir que los crimenes franquistas, los del caso Gürtel, y hasta los de la casa real, sean juzgados. Y esos sí son evidentes delitos que ofenden a la sociedad decente y honesta. De ahí que su condena será imprescindible e inevitable, así sea en tribunales internacionales.

Por tanto, es claro que -con el fin de que controlen su curiosidad y sus impulsos éticos a comprometerse con la Verdad, tanto como para conservar sus cargos y aspirar a ascender- la abusiva y arbitraria sentencia busca amedrentar a los jueces honestos e independientes que pudiesen desear imitar al pantallero pero eficaz Garzón.

Pero el atropello no será suficiente para corromperlos a todos, de modo que los crímenes que investigaba Garzón y que son heridas abiertas para la Humanidad representada por el pueblo español, tendrán que ser investigados públicamente, con sentencias coherentes y sin elusiones intolerables. O sea, con imparcialidad.

En consecuencia, el sacrificio de Garzón no será en vano. Sancionarlo no impedirá que termine por hacerse justicia contra los delincuentes que insisten en mantener sus propias impunidades y las de sus amos, a cualquier precio.

De todos modos, escandaliza la venganza contra el juez que, tras la orgía franquista, le dio dignidad global a la justicia española al perseguir a bestias como Augusto Pinochet. No obstante, ésta insiste en mantener la impunidad de los criminales históricos que dieron el golpe de estado falangista en 1936 para iniciar una sangrienta guerra civil, afortunadamente superada pero cuyos herederos pretenden olvido para los crímenes cometidos por sus ancestros, impidiendo que las heridas cierren al faltarles al respeto a las víctimas, que tienen derecho a que se restablezca la verdad histórica.

Sería lamentable que, tras la arbitraria sentencia, la perversidad de los potentados lograse triunfar después de la consideración del caso contra Garzón por tribunales decentes e imparciales.

Pero es bastante dudoso, dadas la gravedad de los casos que investigaba tanto como la integridad y la valentía del juez, reflejos de un auténtico compromiso con la “justicia justa” en vez de con la leguleya con que suelen consagrarse las impunidades de los potentados intocables mientras castigan a quienes se atreven a cuestionarlos.

Con un ejercicio de verdadera justicia, el personaje quedará reivindicado como un ser honesto, aunque tan humano, pecador, ambicioso, calculador y egoísta como todos, lo cual no está mal desde que no perjudique a otros, pues tales conductas no son delitos -como pretenden hacernos creer los mojigatos embaucadores de crédulos- sino claras expresiones del instinto de conservación.

Es el mismo instinto que inspira a los potentados aunque en éstos -sobre todo con los abusos del Neoliberalismo- se muestre tan degenerado y nocivo para los demás.

Por eso no debemos combatir todas las muestras de egoísmo sino el que se expresa en los potentados y en sus siervos, incluidos entre éstos los jueces que se la juegan para mantener la impunidad de sus amos, ahora insólitamente amenazados por la integridad, la persistencia y la ambición del juez Garzón.

Sin duda, el egoísmo que induce a ocultar delitos para obtener o mantener privilegios, es insostenible y punible. Y ése es el que exhiben quienes persiguen a Garzón.

Semejantes arbitrariedades y canalladas desenmascaran a los enemigos comunes, que nos tienen indignados y resueltos a arrebatarles el poder y las riquezas que nos pertenecen a todos pero que nos han enajenado los potentados durante la ahora agónica Historia.

Estamos obligados a vencerlos antes de que desaten la guerra, concluyendo su destrucción de todo.

En cuanto a los españoles, el lacayismo del gobierno es tan notable como el de los jueces que le alcahuetean sus atropellos neoliberales contra la población inerme.

Todos ellos están al servicio de los potentados. Lo demuestra no sólo el castigo por el poder judicial a Garzón por atreverse a cuestionar la impunidad de las élites, sino la adopción sumisa e instantánea por el parlamento, y la aplicación inmediata y profunda por el ejecutivo, de las recetas neoliberales que han decidido la ruina de los pueblos desde que el Neoliberalismo jerárquico y depredador impuso su hegemonía a todos los gobiernos.

Tal es el caso con la reforma de la Constitución y la adopción de leyes homogenizantes impuestas a los gobiernos lacayos para que los banqueros ladrones puedan seguir adelante con sus planes apocalíticos.

Les exigen la uniformidad fiscal y presupuestal regresivas, mediante los recortes a la Seguridad Social. O con la abusiva reforma laboral que destruye las conquistas del sector aprovechando la decadencia de los sindicatos y la falta de iniciativa política por parte de los partidos políticos.

Es que ambos, sindicatos y partidos, son parte de las instituciones de la democracia liberal, tan desacreditadas y estériles como todas ellas.

Definitivamente, se impone la democracia directa, la única verdadera, de modo que la respuesta de los indignados no habrá de faltar.

De lo contrario, la decadencia de España será tan patética como las de Portugal, Irlanda y Grecia. Y sus tres poderes republicanos por excelencia (copiados por la monarquía española, lo que ilustra su carácter eminentemente convencional y deleznable), el ejecutivo, el legislativo y el judicial, demostrarán ser evidentes máquinas de opresión de las mayorías, en beneficio de las élites que las condenan a la miseria para que los banqueros y demás potentados sigan acumulando poder y riqueza.

Pero no es nada novedoso. Al fin y al cabo, Marx dejó claro que el Estado burgués no era más que eso, y los hechos le han dado absolutamente la razón.

De nosotros depende que cambie, si somos dignos y osados. Si aspiramos a un futuro decente y luminoso para todos. Si nos atrevemos a retar y derrotar las sociedades jerárquicas que han oprimido a la Humanidad y que ya no toleramos más.

Al menos, para las actuales generaciones son absolutamente insoportables e insostenibles, de modo que están resueltas a derrotarlas, frustrando los planes apocalípticos del sionismo.

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