Si la elección fuera un premio a la mejor producción, no habría la menor duda de que el trofeo lo merecerían los productores del PRI. Los realizadores de la campaña priista han planeado con anticipación una estrategia clara, han convocado a los mejores profesionales, han construido un discurso de cambio relativamente coherente y preciso. Sus productos son impecables Comerciales magistralmente iluminados, con buen ritmo en los que el candidato se pasea por los rincones de México para conectar con los problemas locales: elogio de una comunidad y reconocimiento de sus problemas. El vocabulario visual de los mensajes es fácilmente identificable: proviene de esos promocionales turísticos que hemos visto durante años en la televisión para conocer la “hermosa república mexicana.” De hecho, podemos constatar el parentesco directamente en la televisión. No es raro encontrar dos comerciales, uno pegado al otro. Tomas y secuencias gemelas; enfoques similares; ritmos semejantes, iluminación afín. Uno invita al voto, el otro al viaje. Un modelo fue miss universo, el otro quiere ser presidente de México.
Pero el gran éxito de los productores de Peña Nieto no son sus anuncios de televisión sino el haber logrado el encapsulamiento del producto. Hasta el momento han conseguido un objetivo complejo: pasear a su candidato, mostrarlo, exhibirlo por todas partes y, al mismo tiempo, esconderlo. Es claro que los realizadores ensalzan a un producto que menosprecian: saben bien que en aguas abiertas se ahogaría. Por eso desfila en estuche de plástico. Quieren que al candidato se le vea y que se le oiga decir solamente lo que el libreto dispone. Los productores no han dejado detalle al azar. Saben bien que el candidato es vulnerable si no se le instruye en qué momento debe mover el brazo derecho y con qué ángulo debe inclinar la cabeza al pronunciar la palabra “compromiso.” Recuerdan bien el abismo que para el candidato es la improvisación. En estas semanas de la breve campaña, el candidato no ha sido sometido en ningún momento a una entrevista exigente; no ha confrontado auditorios críticos, no ha concedido entrevistas serias. Se pasea para esconderse. Se le puede ver rodeado de los suyos, se le puede escuchar respondiendo preguntas apresuradas y superficiales, está presente en todas partes por sus anuncios televisivos y radiofónicos. Peña Nieto: tan ubicuo como inasible. Mientras el candidato priista se niega a ser entrevistado por Carmen Aristegui, conversa con Maxine Woodside. La periodista de espectáculos, para que no hubiera duda del tono de la conversación, tuvo a bien presentarlo como “galán de galanes” y celebrar cada palabra suya como una revelación. Que conceda esa entrevista no es motivo de crítica, pero que la tónica de esa conversación sea la única que resista el candidato puntero me parece escandaloso.
¿Es aceptable que un candidato a la presidencia se pasee triunfalmente sin acceder a los escasos espacios de crítica y de reflexión que se han abierto en el país?
Una campaña debe ser un tiempo en que los ambiciosos son confrontados por los críticos. No digo que se exponga al escarnio, que se encierre con leones para disfrutar de un circo. Creo que es deber elemental de quien busca gobernar a México dar la cara al periodismo independiente y a la opinión crítica. Quien busca democráticamente el liderazgo debe estar abierto al desafío del cuestionamiento. Los ambiciosos querrán controlarlo todo, naturalmente. Querrían eliminar los riesgos y dedicarse a coleccionar elogios. Pasearse sin peligro. Pero tendrían que admitir que sólo en la confrontación con la exigencia se encuentra la medida de su talento. Y que rehuir la pregunta seria confesión de incompetencia.
Ha salido recientemente el candidato priista con una buena expresión de su libreto: “No voy a dividir a México.” Sus productores lo han puesto frente a la cámara para decírnoslo con voz grave y solemne, como si la magnanimidad del gesto salvara la concordia de la república. Está en una oficina donde todos trabajan sin distraerse un segundo con las provocaciones del adversario. Nuevamente: producto impecable. Pero lo que se le pide a Peña Nieto no es que insulte, que provoque, que agravie a sus adversarios. Se le pide que debata, que se exponga al cuestionamiento, que acepte el reto de separarse del guión. Debatir no es dividir. Tal vez quisiéramos ver que el candidato del PRI diera muestras de confiar en sí mismo. Que ganara autoridad frente a sus manejadores para caminar por su propio pie. La cápsula en la que los productores han encerrado a Peña Nieto no hace más que ratificar el prejuicio: el candidato como un muñeco hueco.
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